Sarah Amelie McDragon nació el 12 de Abril, a las 2.36 am.
La pequeña Sarah no se dejo ver en ninguna de las ecografías. No fue sino hasta el momento del nacimiento cuando supimos que sería una niñita. Tenía el cabello rubio como Bastean y ojitos obscuros. Era idéntica a él. Pero su color de ojos fue una novedad, porque todos los McDragon tenían ojos verdes, se hicieron bromas al respecto, algo sobre estado de ebriedad durante la concepción, y toda clase de hipótesis, al parecer olvidaron que yo le había heredado el color de ojos.
Recibirla fue toda una odisea.
Comíamos tranquilamente luego de haber pasado la mañana armando los últimos detalles para el cuarto que sería suyo. Bastean se pasó esa semana fastidiado y con mal estar. Yo tampoco me había sentido bien. Mi barriga era enorme y casi no podía ni caminar. Dormir era una travesía, me dolía la espalda y los pies, sin mencionar que teníamos su cuarto a medio acomodar por no saber que pintura escoger o que ropa comprar.
Mi padre y Lulú se casaron tres meses antes, por insistencia mía, y bueno… Insistí porque quería que fuese una boda doble. La ceremonia fue hermosa, sencilla y con los familiares más cercanos. Mis abuelos habían viajado para la ocasión, así como toda la familia McDragon, incluida la nana Greeley.
La tarde el 11 de Abril, Bastean estaba tenso y enfadado, no sabía porque, pero estaba inquieto. Yo estaba incomoda y él hacia todo lo que podía para hacerme sentir mejor y yo a él. Mis padres (ahora Lulú era mi madrastra y me gustaba llamarla mamá de vez en cuando) estaban en sus trabajos y ambos llegarían tarde. Le había pedido a Bastean que fuera por algunas cosas al centro comercial, el tráfico era horrible, el calor sofocante y tenía el vientre muy tenso. Estaba sola y casi entraba en colapso. Jenna había tenido ya a su bebé, un pequeño de cabellos oscuros y ojos azules, una criatura tan encantadora como escandalosa. Pero al parecer se las arreglaba bastante bien, en cuanto el pequeño Brandon no llorara. A eso de las 7pm Bastean me había llamado y dicho que su auto se había averiado y que lo remolcarían, que pronto llegaría a casa. Le dije que estaba bien, que no se preocupara, hasta que tranque el teléfono y todo se volvió mal. Rompí fuente en medio de la cocina, me asusté y lo llame de vuelta. Mi maldito celular se había quedado sin baterías. Con las piernas temblándome salí y toqué la puerta de Jenna que dormía a su bebé y al verme la cara era dijo de una.
-Es la hora- dijo con pánico. Ella gritó a Henry que me llevaran al hospital. Debo decir que a medida que pasaba el tiempo el dolor que tenía era horrible.
Y luego fue mucho peor…
Fue un progreso sumamente lento, doloroso y… HORRIBLE. Jenna se encargo de llamar a todo el mundo. El pobre Bastean llego dos horas después, porque había salido corriendo tan pronto recibió la llamada, mi padre fue a buscar a Lulú, Cloe y Valery fueron por Ty, llamaron a Kate y a Matt que querían ir a la ciudad, mis abuelo llegaron poco después que mis padres y toda la sala se volvió un caos… hasta que comencé a con los más dolorosos calambres de mi vida, y comencé a gritar. Del 1 al 10 diría que el dolor era un 10 cerrado.
Pero todo valió la pena cuando tuve en mis brazos a la pequeña Sarah. Quería un nombre que fuera lindo y que significara algo para mí. Ese era el nombre que tenia la madre de mi madre y el segundo nombre era el segundo nombre de mi madre. Me había pasado mucho tiempo pensando en nombre para niño y no tantos en nombres de niña, pero al verla supe que nombre tendría. Sarah Amelie.
Sus cabello parecían hebras de oro, su piel era rosada y suave. Era tan pequeña que me asustaba agarrarla mal o que pudiera lastimarla. Era perfecta. Tenía sus diez deditos de las manos y los pies, dos ojitos observadores, una naricita respingona como la de su padre y una boca pequeña, todo en un rostro hermoso. Evangeline una vez me preguntó si creía en el amor a primera vista, pues sí, ahora creía, porque fue como enamorarme de mi hija. Algo tan delicado y perfecto, que creaste con todo el amor del mundo era simplemente fascinante.
Cuando Bastean la sostuvo por primera vez, no sintió miedo como yo, él era un experto. Vi en su rostro el anhelo que sentía por la pequeña Sarah, no se comparaba con nada.
Dos días después pudimos llevarla a casa, y estaba contenta. Lulú y mi papá terminaron el cuarto de Sarah, y les dije explícitamente que no quería rosa en el cuarto. Bastean pidió a su madre ir a comprar ropa para la bebé y algunas otras cosas.
Los días pasaban y tenerla era maravilloso. Era sumamente tranquila, solo lloraba cuando tenía hambre o había que cambiarla. Le gustaba la hora del baño, dormía y comía cuando debía. Bastean estaba agradecido porque según él ni Monique, ni Cecile hicieron eso, que lloraban todo el día y la noche. Al igual que el pequeño Brandon.
Sarah tenía dos meses y era igual de tranquila que cuando nació. Yo estaba en la cocina preparándole su biberón mientras ella estaba en el portabebés mirando todo. Bastean trabajaba con mi padre, pero la hora del almuerzo la pasaba con nosotras.
-Llegué- dijo desde la puerta, justo a tiempo.
-Estoy en la cocina- dije alto.
-¡Hey hermosa!- entró, me dio un beso muy largo, y luego fue a tomar a Sarah. A diferencia de muchos hombre él quería hacerlo todo, quería alimentarla, cambiarla, bañarla, todo, algo sobre estar con ella todo el tiempo porque no lo estuvo hasta que yo tuve cinco meses de embarazo… ah… quizás era la culpa o algo así, aunque no fue su culpa. En fin, era de gran ayuda porque aunque era un angelito encargarme de todo no era fácil.
-Mira lo bella que estas hoy princesa – dijo Bastean besando la cabecita de Sarah- papá llegó a tiempo para darte tu biberón ¿no es cierto? – yo le entregue el alimento y fuimos hasta la sala. Yo quería comenzar a estudiar cuanto antes, ya no fotografía, quería ser maestra de artes, pero ella estaba muy pequeña todavía y no quería dejarla sola, así como Bastean, mi esposo, Sarah era como el aire, muy necesario para vivir. Él se sentía igual, muchas veces se lamentaba no estar todo el tiempo con ella, pero amaba su trabajo y no quería depender de nadie. Quizás algún día tuviéramos una casa para los tres, nos gustaba vivir con mi papá y Lulú, pero no era lo mismo.
-¿Cómo estuvo tu día? – preguntó él.
-Cansado. Estaba buscando un lugar en el que me proporcionaran las clases necesarias y al mismo tiempo que tuviera un lugar donde dejar a la bebé.
-¿Y cómo te fue?
-Genial- sonreí.- Compré algunos libros muy interesantes, busque información en una universidad que no queda tan lejos y estoy preparando todo para empezar en septiembre.
-¿Escuchaste eso Sarah? Mami ira a la escuela- le dijo Bastean a una pequeña Sarah que lo miraba con sus ojos oscuros muy abiertos. Parecía entender todo, y cuando fijaba la mirada mi corazón latía muy rápido, porque me recordaba la mirada curiosa de mi hermano, quizás piensen que estoy loca, pero había veces que miraba su rostro y veía el mío, otras en el que veía a Bastean, aunque los niños cambian mucho, otras tantas había visto el rostro de Paul, y no solo yo, sino mi padre había dicho lo mismo una vez. En esos momentos me hubiese gustado tomar mi auto y conducir hasta Wraes Ville, llevar a Sarah a ver a su tío y a su abuela, lo haría sí, pero cuando ella creciera y recordase quienes eran ellos y cuan importantes eran. Y sobre todo que la amaban desde donde ellos estaban.
Tener a mi pequeña en los brazos me daba una enorme sensación de paz, como si todo el mundo estuviese justo donde debía estar. Al llegar a casa me olvidaba de todo y solo quera estar con ella, cuidarla y jugar con ella.
Pero ahora que Mía era mi esposa, que ambos éramos lo bastante maduros para poner primero el bienestar de nuestra hija que del nuestro deseaba algo más. Me gustaba trabajar con mi suegro, era bueno en lo que hacía y ganaba suficiente dinero como para mantener cómodas a mis chicas, estaba planeando buscar una casa, aunque ella no lo supiera todavía, ese era mi plan. Últimamente me había vuelto más meticuloso y detallista, si hacía falta algo yo iba por el, si Mía o la niña necesitaban algo yo se lo buscaba, no me gustaba que Roger se encargase de mi familia, lo agradecía pero ellas eran mi responsabilidad.
Si miramos atrás había tenido que crecer muy rápido, casi me da vertido lo rápido que pasa el tiempo, pero las circunstancias te hacen fuerte, te hacen madurar. Convertirme en la cabeza de una familia era agotador, pero con grandes recompensas. Irme a la cama cada noche, sabiendo que en el día Mía había estado feliz, tranquila, con un techo que la cobijara y le brindara seguridad, que Sarah tuviese todo lo que necesitaba y más, sobre todo el amor que pudiéramos brindarle me hacia dormir con una sonrisa en la boca, aunque mi día hubiese marchado mal.
Al regresar a casa y verlas me hacia considerar el hecho de que casi las perdía a ambas. Que no hubiese visto la primera sonrisa de mi hija, o la cara de Mía cuando me sorprendía contemplándola mientras arrullaba a Sarah antes de dormir. Esas pequeñas cosas que muchos ignoran me hacían feliz. Seguía siendo el príncipe de Vera, había adquirido una responsabilidad con mi padre y mi país, pero mi lugar estaba aquí junto a ellas. Extrañaba con locura a mis hermanas y a mis padres, pero ellos estaban bien. Hablaba con ellos frecuentemente y chateaba con Lilly por las noches para asegurarme que todo estaba bien.
¿Me hubiese gustado cambiar en algo mi vida?... Tal vez.
Hubiera preferido que todo no sucediera tan rápido, sino con más calma. Pero la vida te hace correr y debes alcanzarla o te dejaba muy atrás.
Ya no era ese mismo muchacho loco y rebelde que había sido una vez, incluso mis hermanas habían tomado el mismo ejemplo, y no me estaba dando cuenta el daño que podía hacerles, yo era su héroe por decirlo de algún modo, su modelo al cual imitar. Desde que conocí a Mía ella me había cambiado, había sacado lo mejor de mí, que había estado escondido muy en el fondo. No hay mayor recompensa que cuando miras a los ojos te tu hija y vez en ellos reflejada la admiración, saber que lo estás haciendo bien. Quería ser el mejor esposo y padre… quería ser como mi padre. Porque lo admiraba, porque era una roca en el mayor de las tempestades. Era joven, y a veces estúpido, seguía aprendiendo. Sin embargo me sentía feliz de poder construir una vida con la mujer que me había creado a este nuevo Bastean.
Mía era el amor de mi vida… y esperaba que esto durara para siempre. Hasta que nuestras canas brillaran a la luz del sol.
La pequeña Sarah no se dejo ver en ninguna de las ecografías. No fue sino hasta el momento del nacimiento cuando supimos que sería una niñita. Tenía el cabello rubio como Bastean y ojitos obscuros. Era idéntica a él. Pero su color de ojos fue una novedad, porque todos los McDragon tenían ojos verdes, se hicieron bromas al respecto, algo sobre estado de ebriedad durante la concepción, y toda clase de hipótesis, al parecer olvidaron que yo le había heredado el color de ojos.
Recibirla fue toda una odisea.
Comíamos tranquilamente luego de haber pasado la mañana armando los últimos detalles para el cuarto que sería suyo. Bastean se pasó esa semana fastidiado y con mal estar. Yo tampoco me había sentido bien. Mi barriga era enorme y casi no podía ni caminar. Dormir era una travesía, me dolía la espalda y los pies, sin mencionar que teníamos su cuarto a medio acomodar por no saber que pintura escoger o que ropa comprar.
Mi padre y Lulú se casaron tres meses antes, por insistencia mía, y bueno… Insistí porque quería que fuese una boda doble. La ceremonia fue hermosa, sencilla y con los familiares más cercanos. Mis abuelos habían viajado para la ocasión, así como toda la familia McDragon, incluida la nana Greeley.
La tarde el 11 de Abril, Bastean estaba tenso y enfadado, no sabía porque, pero estaba inquieto. Yo estaba incomoda y él hacia todo lo que podía para hacerme sentir mejor y yo a él. Mis padres (ahora Lulú era mi madrastra y me gustaba llamarla mamá de vez en cuando) estaban en sus trabajos y ambos llegarían tarde. Le había pedido a Bastean que fuera por algunas cosas al centro comercial, el tráfico era horrible, el calor sofocante y tenía el vientre muy tenso. Estaba sola y casi entraba en colapso. Jenna había tenido ya a su bebé, un pequeño de cabellos oscuros y ojos azules, una criatura tan encantadora como escandalosa. Pero al parecer se las arreglaba bastante bien, en cuanto el pequeño Brandon no llorara. A eso de las 7pm Bastean me había llamado y dicho que su auto se había averiado y que lo remolcarían, que pronto llegaría a casa. Le dije que estaba bien, que no se preocupara, hasta que tranque el teléfono y todo se volvió mal. Rompí fuente en medio de la cocina, me asusté y lo llame de vuelta. Mi maldito celular se había quedado sin baterías. Con las piernas temblándome salí y toqué la puerta de Jenna que dormía a su bebé y al verme la cara era dijo de una.
-Es la hora- dijo con pánico. Ella gritó a Henry que me llevaran al hospital. Debo decir que a medida que pasaba el tiempo el dolor que tenía era horrible.
Y luego fue mucho peor…
Fue un progreso sumamente lento, doloroso y… HORRIBLE. Jenna se encargo de llamar a todo el mundo. El pobre Bastean llego dos horas después, porque había salido corriendo tan pronto recibió la llamada, mi padre fue a buscar a Lulú, Cloe y Valery fueron por Ty, llamaron a Kate y a Matt que querían ir a la ciudad, mis abuelo llegaron poco después que mis padres y toda la sala se volvió un caos… hasta que comencé a con los más dolorosos calambres de mi vida, y comencé a gritar. Del 1 al 10 diría que el dolor era un 10 cerrado.
Pero todo valió la pena cuando tuve en mis brazos a la pequeña Sarah. Quería un nombre que fuera lindo y que significara algo para mí. Ese era el nombre que tenia la madre de mi madre y el segundo nombre era el segundo nombre de mi madre. Me había pasado mucho tiempo pensando en nombre para niño y no tantos en nombres de niña, pero al verla supe que nombre tendría. Sarah Amelie.
Sus cabello parecían hebras de oro, su piel era rosada y suave. Era tan pequeña que me asustaba agarrarla mal o que pudiera lastimarla. Era perfecta. Tenía sus diez deditos de las manos y los pies, dos ojitos observadores, una naricita respingona como la de su padre y una boca pequeña, todo en un rostro hermoso. Evangeline una vez me preguntó si creía en el amor a primera vista, pues sí, ahora creía, porque fue como enamorarme de mi hija. Algo tan delicado y perfecto, que creaste con todo el amor del mundo era simplemente fascinante.
Cuando Bastean la sostuvo por primera vez, no sintió miedo como yo, él era un experto. Vi en su rostro el anhelo que sentía por la pequeña Sarah, no se comparaba con nada.
Dos días después pudimos llevarla a casa, y estaba contenta. Lulú y mi papá terminaron el cuarto de Sarah, y les dije explícitamente que no quería rosa en el cuarto. Bastean pidió a su madre ir a comprar ropa para la bebé y algunas otras cosas.
Los días pasaban y tenerla era maravilloso. Era sumamente tranquila, solo lloraba cuando tenía hambre o había que cambiarla. Le gustaba la hora del baño, dormía y comía cuando debía. Bastean estaba agradecido porque según él ni Monique, ni Cecile hicieron eso, que lloraban todo el día y la noche. Al igual que el pequeño Brandon.
Sarah tenía dos meses y era igual de tranquila que cuando nació. Yo estaba en la cocina preparándole su biberón mientras ella estaba en el portabebés mirando todo. Bastean trabajaba con mi padre, pero la hora del almuerzo la pasaba con nosotras.
-Llegué- dijo desde la puerta, justo a tiempo.
-Estoy en la cocina- dije alto.
-¡Hey hermosa!- entró, me dio un beso muy largo, y luego fue a tomar a Sarah. A diferencia de muchos hombre él quería hacerlo todo, quería alimentarla, cambiarla, bañarla, todo, algo sobre estar con ella todo el tiempo porque no lo estuvo hasta que yo tuve cinco meses de embarazo… ah… quizás era la culpa o algo así, aunque no fue su culpa. En fin, era de gran ayuda porque aunque era un angelito encargarme de todo no era fácil.
-Mira lo bella que estas hoy princesa – dijo Bastean besando la cabecita de Sarah- papá llegó a tiempo para darte tu biberón ¿no es cierto? – yo le entregue el alimento y fuimos hasta la sala. Yo quería comenzar a estudiar cuanto antes, ya no fotografía, quería ser maestra de artes, pero ella estaba muy pequeña todavía y no quería dejarla sola, así como Bastean, mi esposo, Sarah era como el aire, muy necesario para vivir. Él se sentía igual, muchas veces se lamentaba no estar todo el tiempo con ella, pero amaba su trabajo y no quería depender de nadie. Quizás algún día tuviéramos una casa para los tres, nos gustaba vivir con mi papá y Lulú, pero no era lo mismo.
-¿Cómo estuvo tu día? – preguntó él.
-Cansado. Estaba buscando un lugar en el que me proporcionaran las clases necesarias y al mismo tiempo que tuviera un lugar donde dejar a la bebé.
-¿Y cómo te fue?
-Genial- sonreí.- Compré algunos libros muy interesantes, busque información en una universidad que no queda tan lejos y estoy preparando todo para empezar en septiembre.
-¿Escuchaste eso Sarah? Mami ira a la escuela- le dijo Bastean a una pequeña Sarah que lo miraba con sus ojos oscuros muy abiertos. Parecía entender todo, y cuando fijaba la mirada mi corazón latía muy rápido, porque me recordaba la mirada curiosa de mi hermano, quizás piensen que estoy loca, pero había veces que miraba su rostro y veía el mío, otras en el que veía a Bastean, aunque los niños cambian mucho, otras tantas había visto el rostro de Paul, y no solo yo, sino mi padre había dicho lo mismo una vez. En esos momentos me hubiese gustado tomar mi auto y conducir hasta Wraes Ville, llevar a Sarah a ver a su tío y a su abuela, lo haría sí, pero cuando ella creciera y recordase quienes eran ellos y cuan importantes eran. Y sobre todo que la amaban desde donde ellos estaban.
Tener a mi pequeña en los brazos me daba una enorme sensación de paz, como si todo el mundo estuviese justo donde debía estar. Al llegar a casa me olvidaba de todo y solo quera estar con ella, cuidarla y jugar con ella.
Pero ahora que Mía era mi esposa, que ambos éramos lo bastante maduros para poner primero el bienestar de nuestra hija que del nuestro deseaba algo más. Me gustaba trabajar con mi suegro, era bueno en lo que hacía y ganaba suficiente dinero como para mantener cómodas a mis chicas, estaba planeando buscar una casa, aunque ella no lo supiera todavía, ese era mi plan. Últimamente me había vuelto más meticuloso y detallista, si hacía falta algo yo iba por el, si Mía o la niña necesitaban algo yo se lo buscaba, no me gustaba que Roger se encargase de mi familia, lo agradecía pero ellas eran mi responsabilidad.
Si miramos atrás había tenido que crecer muy rápido, casi me da vertido lo rápido que pasa el tiempo, pero las circunstancias te hacen fuerte, te hacen madurar. Convertirme en la cabeza de una familia era agotador, pero con grandes recompensas. Irme a la cama cada noche, sabiendo que en el día Mía había estado feliz, tranquila, con un techo que la cobijara y le brindara seguridad, que Sarah tuviese todo lo que necesitaba y más, sobre todo el amor que pudiéramos brindarle me hacia dormir con una sonrisa en la boca, aunque mi día hubiese marchado mal.
Al regresar a casa y verlas me hacia considerar el hecho de que casi las perdía a ambas. Que no hubiese visto la primera sonrisa de mi hija, o la cara de Mía cuando me sorprendía contemplándola mientras arrullaba a Sarah antes de dormir. Esas pequeñas cosas que muchos ignoran me hacían feliz. Seguía siendo el príncipe de Vera, había adquirido una responsabilidad con mi padre y mi país, pero mi lugar estaba aquí junto a ellas. Extrañaba con locura a mis hermanas y a mis padres, pero ellos estaban bien. Hablaba con ellos frecuentemente y chateaba con Lilly por las noches para asegurarme que todo estaba bien.
¿Me hubiese gustado cambiar en algo mi vida?... Tal vez.
Hubiera preferido que todo no sucediera tan rápido, sino con más calma. Pero la vida te hace correr y debes alcanzarla o te dejaba muy atrás.
Ya no era ese mismo muchacho loco y rebelde que había sido una vez, incluso mis hermanas habían tomado el mismo ejemplo, y no me estaba dando cuenta el daño que podía hacerles, yo era su héroe por decirlo de algún modo, su modelo al cual imitar. Desde que conocí a Mía ella me había cambiado, había sacado lo mejor de mí, que había estado escondido muy en el fondo. No hay mayor recompensa que cuando miras a los ojos te tu hija y vez en ellos reflejada la admiración, saber que lo estás haciendo bien. Quería ser el mejor esposo y padre… quería ser como mi padre. Porque lo admiraba, porque era una roca en el mayor de las tempestades. Era joven, y a veces estúpido, seguía aprendiendo. Sin embargo me sentía feliz de poder construir una vida con la mujer que me había creado a este nuevo Bastean.
Mía era el amor de mi vida… y esperaba que esto durara para siempre. Hasta que nuestras canas brillaran a la luz del sol.
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