Personas que leen :D

sábado, 27 de agosto de 2011

Capitulo 24

¿Casarme? ¿Se había vuelto loco? Mis mejillas estaban ardiendo. Verlo allí arrodillado fue como quedarme totalmente desarmada, perpleja, anonadada, y todos sus sinónimos. ¿Cómo dar respuesta a una pregunta que tanto miedo le has tenido? El matrimonio implicaba tantas cosas, compromiso, lealtad y muchas más, no era que temiera cumplir con ellas. Era ese sentimiento de dependencia al que tanto le temía. Compartir la responsabilidad de un hogar era algo desconocido para mí. Tomando en cuenta que era un compromiso de por vida, además de pertenecer a diferentes mundos. No era sencillo. Muchos pensarán que con amor se resuelve todo, y ahí está el error de muchos. Con amor no se pagan las cuentas, con amor no compras una casa, no alimentas a tu familia, eran tantas cosas a las que le tenía terror. No pretendía ser una mala agradecida, aprecié el gesto, de arrodillarse y todo eso pero…

-¡Señor Bastean!- escuché gritar. ¡Gracias al cielo! Salvada por la campana. Bastean se levantó de un salto. Llego casi trotando un sujeto alto y delgado y se acercó hasta nosotros.- señor, su madre solicita su presencia y la de la señorita en el salón verde, tienen un visita.

-Gracias Alessandro, por favor lleva los caballos al establo- el hombre tomó las riendas de los animales, hizo una reverencia diciendo algo en italiano y salió en dirección este.

-Hablaremos más tarde ¿sí?- estaba totalmente rojo de pies a cabeza. Bien, al parecer ese sirviente había llegado en mal momento para él, pero uno perfecto para mí. HAYYYY!!! Como odiaba esto. Amaba a Bastean con todo mi corazón, pero no estaba lista para convertirme en una esposa, y mucho menos a los 18, además estaba comprobado que la mayoría de los matrimonios adolecentes fracasan después de un año. También hay que tomar en cuenta que muchos de ellos tienen problemas financieros y por… en ese momento un rayo de… algo, iluminó mi mente. ¿Bastean deseaba casarse conmigo porque tuvimos sexo? Si era así, tenía que sacarlo de ese error. No quería que se sintiera responsable o que se sintiera mal por mí. Retomando las estadísticas la mayoría de las mujeres no llegan vírgenes al matrimonio, y casi nunca se casaban con aquellos con quienes la habían perdido.

Bastean me dijo que subiera a mi habitación a arreglarme un poco (Casi lo ahorco por insinuar que estaba fea, pero la verdad todo mi vestido estaba arrugado, sin mencionar mi cabello) Una vez allí Madeleine me sugirió un rápida ducha, que agradecí enormemente. Sentía un dolorcito en las piernas, sabía a qué se debía. Había esperado estar tan adolorida que no pudiese salir de la cama, pero estaba normal. La muchacha sacó un pantalón de licra morado, una blusa larga color blanco, un cinturón morado a juego y mis zapatillas blancas. La verdad hubiera escogido mis converse, pero yo no sabía que se usaba en “el salón verde”

A toda prisa me vestí y Madeleine me ayudó a recoger mi cabello en una cola bien alta, estirando todo mi cabello a la perfección, unas argollas y la cadena que Bastean me había regalado completaban mi vestuario.

Como si de una invocación se tratase, Bastean llamó a la puerta del cuarto y me esperó en el pasillo. Tomé mi celular de la cama en cuanto Madeleine lo anunció y salí a su encuentro.

Llevaba una camisa de seda color azul rey, unos jeans y mocasines negros. Su cabello estaba húmedo y lo tenía hacia atrás. Se veía condenadamente sexy. Por un momento no logre articular ningún pensamiento coherente, mi pulso era errático y mi boca estaba seca. El aire había abandonado mis pulmones y… en un estúpido momento de debilidad recordé la proposición de Bastean. Eso definitivamente me sacó de mi estado de estupor. ¡Mierda! Cualquiera en mi lugar estaría contenta, hasta brincando de la emoción, y ahí estaba yo, con el muchacho más hermoso solo para mí, y si accedía a su propuesta quizás para siempre. Sin embargo no era mi caso. Él era un príncipe, yo una mendigo. Él tenía una gran familia que lo amaba, y yo una pequeña familia rota. Me había hecho a la idea de que solo tendríamos este verano para nosotros, y él en un segundo quiso darme esperanzas de que pudiera ser más que eso. Pero hablando en cerio, no estaba segura de cuánto tiempo aquello… ¿Un año cuando mucho? No. Eso no era lo que quería para mí.

Ya había sufrido lo suficiente, ¿Por qué arruinarlo todo con tres malditas palabras?

Claro que no había hablado con él de mis sentimientos. ¿Y si lo lastimaba? Bueno nos amábamos sí… ¿pero lo suficiente?



Mía estaba hermosa con ese conjunto, me quede embobado al verla. Le tomé de la mano y caminamos hasta la planta baja en dirección al salón verde. Mi madre solía tomar el té a esas horas. El salón era una gran habitación con sus paredes de un rico tono menta pálido. Pero no se llamaba “verde” por la pintura, sino porque sus enormes ventanales daban justo frente al jardín del castillo. Su mobiliario, como en casi todo el lugar era de madera, que daba la sensación de ser antigua e imperiosa. Los sillones estaban tapizados con telas de estampados verdes, amarillos y dorados, como la primavera. Los ventanales tenían unas butacas en las cuales se sentaban mis hermanas a leer algún libro, era fresco y lleno de luz. También había jarrones decorativos y arboles en miniatura, dando aun más énfasis al nombre “salón verde”

Mi madre estaba sentada con las piernas cruzadas en el sillón de una sola persona, con una taza de porcelana china en una mano y el platillo a juego en la otra. Tenía el cabello oscuro, que normalmente llevaba normalmente recogido, suelto, y con un broche de cristales a un lado. Me hacía pensar que así sería mi pequeña Moni cuando creciera, incluso Ceci, si conservaba esa carita de muñeca. Ahora que lo notaba mejor, tenía una madre muy hermosa. Ahora entendía porque mi padre la había amado tanto, tal vez incluso ahora la amaba. Y no podía comprender como pudieron enamorarse, sabiendo que estaría encadenado el uno al otro aunque ese amor no existiera. Esto era una gran mierda.

Ella notó mi presencia en la sala, levantó la mirada y me sonrió, lo hacía eso desde que tenía uso de razón, parecía siempre saber cuándo iba a aparecer en el lugar, ¡Bravo! Tengo una bruja como madre.

-Ven, hijo mío, tenemos visitas.- Hasta ese momento había ignorado la presencia de otra persona en la habitación.

Sentada muy erguida, estaba Marie Elizabeth Whitehouse. Solo con verla me tensé de inmediato. Sentí a Mía tensarse de igual manera, ¿sabía quién era ella? ¡Claro! Los sirvientes eran unos chismosos, de seguro ya le habrían contado lo ocurrido hacia casi un año, en esa misma sala.

La muchacha estaba igual a como la recordaba. Con su rostro pálido, casi como el de una muñeca, y esos ojos celestes que tantas veces me habían quitado el aliento… ¡Concéntrate pendejo! Me reprendí. ¡Por Dios! Ya no sentía nada por ella, y aun así solo verla me hacía recordar porque la había querido tanto. Pero… todo aquel disfraz de ángel caído escondía a una muchacha fría, y correcta, aburrida incluso, educada para hacer siempre lo que otros querían de ella. La apariencia no lo era todo, y sin duda Marie Elizabeth era lo que uno llamaría “la chica perfecta” hermosa, inteligente, una chica que nunca cuestionara tus acciones, ¡Rayos! Muchos darían lo que fuera por una chica así. Pero yo no.

Trate de salir de mi letargo momentáneo, he hice lo que era correcto. Caminé hacia donde se encontraba la muchacha. De inmediato ella se levanto de su asiento con toda esa gracia exquisita que recordaba, con la misma paciencia y elegancia.

-Es un placer volver a verla Srta. Whitehouse.- dije de manera formal. Ella se sonrojó y bajo la cabeza, ¡Ven! Por cosas como esas la mande al diablo. Estaba cabreado hasta la médula, por recordar lo sumisa que era.

-Pareces no recordarme- susurró ella. Su voz era como la de un canario. Melodiosa, suave, te hacia quererla escuchar toda la vida, y escucharla cantar…Era subir al cielo, y oír a los ángeles. Pero era tan malditamente correcta y perfecta que me dolía el estomago… Yo no quería eso. Al contrario tenía lo que realmente me encantaba justo a mi lado, tomándome la mano.

-Sí que lo hago – dije de manera un tanto cortante- Déjame presentarte a mi prometida, la señorita Madeleine Taylor.- Miré a Mía al hacer la presentación. Sus ojos estaban a punto de salírsele y su cara de sorpresa no tenia precio, lo juro. Si hubiese podido reírme lo hubiera hecho, hasta las lagrimas, pero debía mantener mi postura en aquella situación. Un silencio incomodo se apoderó del ambiente.

-¿Tu prometida?- preguntó Marie Elizabeth casi en un susurro. Los ojos de la chica casi echaban chispas. En todos los años que la había conocido nunca vi algo similar, era un deje de ira. Ella jamás se había permitido hacer evidente una emoción, era lo que les enseñaban a las hijas de la aristocracia Verana.- Es un gusto – dijo por fin. Educadamente como era natural, pero noté al instante su asombro y molestia. JA! Lograba sacarle algo al títere.

-Igualmente- dijo Mía tan bajo que apenas la escuche, ¡y estaba junto a ella!

-Mía, querida- comenzó mi madre, dejo la tasa sobre la mesa y se dirigió hacia nosotros.- Me gustaría mostrarte el jardín tan hermoso que el messier Jean Clot ah estado arreglando- ella hizo presión para separar a Mía de mi lado tomándola de la mano que tenia libre.

-¿Debe ser ahora madre?- pregunté tajante. No pudo haber sido más obvia. La verdad no quería quedarme a solas con Marie Elizabeth, y mucho menos recordar todos los años, meses, semanas, y días, que había permanecido junto a ella, en esa misma sala, o en su mansión, hablando del clima, algún libro pasado de moda, o de otros temas triviales de los cuales era correcto que conversara una señorita de buena cuna como ella. ¡Por Dios! Aun recordaba un día lluvioso, sentados en una de las torres que servía de saloncillo de estar. Las horas que habíamos pasado con solo la lluvia como único sonido. Ni ella, ni yo habían dicho o hecho algún sonido. Mi intención en un principio había sido mostrarle lo genial que era la vista desde esa torre, y sobre todo cuando llovía. Ella estuvo a punto de perder el color al hacerle esa propuesta tan inocente. ¡No quería otra cosa que mostrarle la maldita vista! Más ella, me siguió hasta allí solo porque estábamos realmente aburridos. Si me lo preguntan no sirvió de mucho, nos aburrimos el doble los dos en la torre.

Y ahora mi madre estaba tomando la situación en sus manos haciendo que me quede con ella, tal vez para aclarar las cosas entre nosotros. La chica era muy dulce, no cabía duda. Pero era imposible entablar una conversación con ella.

-Sí, Bastean- respondió mi madre sacándome de mis pensamientos- es solo por un momento. Fue un gusto volver a verte Marie querida, espero que regreses con tu madre para tomar el té.- Tomando, o literalmente separando mi mano de la de Mía ella se la llevo por las puertas de vidrio que conducían al jardín.

Ahí estaba yo, con mi ex, en la sala… callado.

-Es en serio tu prometida o solo lo haces para cabrearme- dijo la melodiosa voz de Marie Elizabeth con un tono frio. Mis ojos quedaron como platos. ¿En qué momento ella había adquirido ese tono?

-¿Perdón? – pregunté confundido.

-Escuchas a la perfección- dijo con sarcasmo ¿Cuándo había aprendido a ser sarcástica? Al mirarla ya no vi la cara de la dulce muchacha que había dejado atrás hace ya algún tiempo. Esta chica me devolvía la mirada de manera distante, y casi echando llamas, ¡Estaba furiosa! Y aun así era capaz de parecer serena. ¿Todo este tiempo había sido así?

-Marie…

-No me vengas con eso de “Marie”- dijo imitando la manera tan peculiar que tenia de mencionar su nombre, siempre lo hice como si fuera delicada y… ¡Mierda! ¿Acaso todos se volvieron dementes con mi partida?- Me dejaste sin decirme a donde irías, estuve muy preocupada pensando que algo malo te había ocurrido… Pasé tantas noches llorando, y tus padres nunca estaban, y los criados tampoco me sabían decir de tu paradero… -ella comenzó a caminar por la habitación mientras hablaba acelerada.

-Estaba en Estados Unidos terminando mis estudios- dije sin más.

-¿Y no pudiste llamar?- preguntó casi histérica- Eras Mi Prometido.- sonrió amargamente- pero veo conseguiste otra. ¿Es acaso su familia más rica que la mía?...

En ese momento perdí los estribos.

-¿Qué rayos te sucede?- grité. Ella se sobresaltó- Nunca habías dicho más de cinco palabras y ahora me recriminas y me criticas como si tuvieses derechos sobre mí, ¡pues te equivocas! Terminé contigo porque no podía casarme con una estatua de alta cuna. Porque estaba casado de intentar agradarte o sacarte una maldita sonrisa cuando tú solo te enfocabas en agradar a los demás en vez de intentar agradarme. – Sus ojos se pusieron brillantes por las lágrimas que no derramó.

-Pensé que querías una esposa perfecta- susurro. Su tono fue otra vez el de la muchacha que conocía- Tu tío William me dijo que eso era lo que tú deseabas, una chica correcta y sumisa. Y eso hice.

Esa realidad me golpeó en la cara. ¿La Marie Elizabeth de mis recuerdos era una creación de mi malvado tío? ¿Cómo era eso posible?

Ambos habíamos sido víctimas de la maldad de mi tío, en especial ella. No se merecía las palabras que le había dicho. Me acerqué a ella y como los dos habíamos estado de pie gritándonos le hice señas para que tomara asiento, le ofrecí mi pañuelo de bolsillo y ella secó sus ojos delicadamente, quiso entregarme el pañuelo pero le pedí que lo conservara, presentía que vendrían más lágrimas.

-¿Por qué no me preguntaste? ¿Por qué no fuiste tú misma?- pregunté tratando de calmar mis nervios, mataría a ese William por perro.

-Porque mi padre me pidió que lo hiciera también.- como predije comenzó a llorar quedadamente.- Quería agradarte Bastean, solo eso. Cuando quise decirte como me sentía tú te habías ido.

Yo comencé a caminar por la habitación de un lado a otro como animal enjaulado. Las manos me cosquilleaban, quería romper algo, golpear a alguien. ¿Cómo era posible que mi propio tío pudiese odiarme tanto como para intentar cagar mi vida, y la de Marie conmigo? También el padre de ella tenía la culpa, pero el pobre infeliz no podía permanecer una hora sobrio.

-Fueron dos años y medio Marie- dije con un deje de rencor. También ella tenía la culpa.

-Dos años y medio sabiendo que te acostabas con las muchachas de servicio, haciéndome la desentendida- sus palabras me hicieron enrojecer ¿Cómo era posible que ella lo supiese?- Dos años y medio pensando que debía comportarme como una tonta sin cerebro solo para tener un poco de tu cariño. – Dijo nuevamente con ese tono glacial.- ¿Recuerdas a Trinnie, la muchacha alta y rubia que se encargaba de ayudar en la cocina de mi hogar? – Frunciendo el ceño lo pensé por un momento. Por unos momentos me vino a la cabeza una muchacha que efectivamente trabajaba en el hogar de los Whitehouse, alta, de hermosos cabellos dorados, con el cuerpo de afrodita y los pechos más enormes que jamás vi. Buena muchacha, y excelente en la cama, pero era una pequeña perra.

-Sí, sé quién es.

-Ella tuvo un hijo hace poco, pensé que era tuyo hasta que ella misma me dijo que era de uno de los chicos que cuidaban los establos.

-Tú no deberías saber eso.

-Debo, Bastean. –Alzó la voz- En mi casa, estaban for…- alce la mano para detener lo que estaba diciendo. Ella suspiró, se rio con desgana y luego me miro.- Vi como la llevabas cerca de la fuente que está cerca del solario. Los vi riéndose, mientras tú la besabas y la tendías sobre el césped. Entré a mi cuarto y comencé a llorar como una estúpida. Mi madre me dijo que era normal que los hombres tuviesen relaciones premaritales. Y yo que pensé que contigo sería diferente.

-Lamento decepcionarte, y lamento lo de Trinnie, pero soy un hombre y… No, no voy a excusarme. – Ella alzo la barbilla desafiante.- Lo hice porque estaba aburrido de ti, y lamento si eso te molesta, pero no fuiste sincera conmigo. Soy un animal, un cerdo, como desees, pero así soy…o era.

-Tienes razón en algo, debí ser sincera, y sí, eres un cerdo.- sonrió ella. Era realmente hermosa. ¡Bastean! Me reprendí.- Y eso me recuerda algo.

-¿Qué?

-Tu tío también menciono un contrato.

-¿Qué clase de contrato?- pregunté.

-Uno que estipula que antes de tu cumpleaños número 19 te casaras… conmigo.


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