Ver a mi tío nuevamente fue lo que se diría “una patada en el hígado”
Siempre había desconfiado de esos ojos azul hielo, siempre vigilantes, siempre atentos, a cualquier fallo de mi parte, cualquier cosa que pudiera utilizar para afirmar que yo no era más que un chiquillo y por lo tanto no estaba preparado para asumir mi posición como rey. Él en cambio… era el heredero legítimo.
William McDragon sería considerado rey de Vera, si no fuera porque el abuelo Gregory lo tachó de irresponsable, mujeriego, ambicioso y… otros adjetivos despectivos. Mi padre por su parte, había sido el hijo bueno, responsable, generoso con su pueblo. Ambos tenían diferencias significativas, en cuanto a carácter y opinión sobre el dominio del país. El tío William había sido un joven dado a los excesos, mientras que mi padre se concentraba (en esa época) en conquistar el amor de mi madre. La nana me había contado muchas historias de cuando ellos eran jóvenes, siempre en competencias por la admiración del abuelo, mi padre no hacia el menor esfuerzo, solo era él mismo, pero mi tío intentaba en cada ocasión demostrar su valía, sin resultados.
Cuando él heredero del trono llega a los 19 o 20 años es perfectamente capaz de asumir su puesto, siendo guiado por las enseñanzas de su padre o tutor. Mi tío enfureció cuando cumplió 19 años y el abuelo le informo que no heredaría todavía el titulo, mi padre ya se había comprometido con mi madre y estaban próximos a casarse. El tío William pensaba que era culpa de mi padre, e intentó en todo momento hacer que todo le saliera mal, éste enfurecido por la traición de su hermano se lo informó al abuelo y al darse cuenta de que sus sospechas eran ciertas nombró a mi padre el único heredero, y que el primer hijo del mismo seria legalmente su sucesor. Tal vez parezca algo complicado, pero es simple, mi tío envía a mi padre, y mi padre por ser tan considerado no abandonó a su hermano.
El abuelo falleció cuando Monique tenía dos años. A los nietos que conoció en vida y a los futuros les dejaría unas propiedades que tenia por todo el continente. Mi madre ya tenía tres hijos, y el tío William ni siquiera se había casado. Era un ser infeliz, siempre lo había sido. A estas alturas no se había comprometido, ni si siquiera por conveniencia. Además de ser una molestia constante para mi persona. Y ahora estaba “siendo cortes” con mi novia. Eso me daba mala espina. Mía lo miró como todos, con cierta desconfianza.
-Igualmente –dijo ella educadamente.
-Temo que no escuche el nombre de esta dulce jovencita- el tío William aun no había soltado la mano de Mía y notaba el malestar en su cara, deseaba ser educada, pero quería recuperar su mano.
-Su nombre es Mía, tío, y es mi novia- dije mientras la atraía con ademan posesivo. Los ojos fríos del panzón se posaron sobre mí desafiantes.
-Valla, que rápido te olvidaste de la hija de Guillermo Whitehouse, ¿Cómo es que llama? A sí, sí, Marie Elizabeth.
¡El muy canalla! Claro que sabía el nombre de Marie Elizabeth. El padre de la chica era su compañero de juerga, un adicto al juego igual que él. Ahora que lo pienso, si el reino estuviese bajo el dominio de William ya estaría en la total ruina. La mano de Mía se tensó un momento ¡Mierda! Ahora tendría que disculparme por esa incómoda situación.
-La Srta. Marie Elizabeth pertenece al pasado- dijo mi madre con voz clara. Estaba bastante cambiada, definitivamente saldré con más frecuencia.
-Por supuesto, de eso me doy cuenta querida cuñada, veo que están festejando, ¿Cuál es la ocasión?- él miró alrededor como si estuviese buscando una señal de lo que sucedía.
-Mía cumpleaños- dijo mi pequeña hermana Monique inocentemente.
-Eso es maravilloso, entonces al mayor de las felicitaciones jovencita- el hombre hizo una reverencia de lo más sínica y luego se disculpó- Bueno, tendré que retirarme, tengo asuntos que atender- hizo otra reverencia, esta vez a mis padres, muy burlona por cierto. ¿Asuntos? Claro, claro, pensé con ironía, el asunto sería una exuberante rubia en el Bella’s Rose, o una botella del whisky más caro y muchos dólares que apostar en el Maxxi. El sujeto salió por la puerta dando tumbos ¿y a esté qué? (Una expresión que aprendí de Ty)
-¡Comamos pastel!- el grito de Cecile rompió el incomodo silencio que dejó la salida del tío William. Tomé la mano de Mía y por la manera distante que estaba me sentí preocupado.
-¿Estás bien?- susurre en su oído, ella asintió, pero no me convenía- Nos podemos ir si quieres.
-No, no- sonrió ella distante- cortemos el pastel y luego podremos irnos.
Un rato después los reyes se disculparon alegando trabajo por hacer. Los chicos no parecieron darle importancia, se despidieron de ellos y concretaron cenar juntos, eso era todo. La verdad pensé que como reyes tendrían una cantidad exorbitante de trabajo y la reina tenía otra profesión, así que como era lógico debían atender sus obligaciones, ¿pero era mucho pedir compartir un rato más con ellos? Yo sabía con exactitud lo que era que te dejaran sola durante largos periodos de tiempo, pero yo tuve padres amorosos que se encargaban de mí y me prestaran toda la atención que pedía, no era mayor que Monique cuando eso, pero bien, luego de perder a mamá eso cambio, y ellas eran dos niñitas acostumbradas a las nanas, ok, eso no era para mí.
-Señorita Mía- Madeleine se acerco a mí y traía con ella la maleta de transporte del Sr. Moon- ¿Este felino le pertenece?- susurro.
-¿Qué es eso?- corrieron Cecile y Monique gritando hacia la caja. La cabeza blanca y peluda de mi gato se asomó por la rejilla de la caja. Las niñas chillaban y le decían toda clase de cosas cariñosas, como cuchitura, bomboncito, y otras cosas en lenguaje de bebé.
-Sí Madeleine es el Sr. Moon.- le dije a la muchacha.
-¿Qué quiere que haga con él?-preguntó ella.
-Quémalo- dijo Bastean con cara de pocos amigos. Los ojos de Madeleine se le iban a salir de sus cuencas. Yo le dedique una mirada asesina y como estaba detrás de mí le di un codazo en las costillas. Lilly soltó una enorme carcajada, al igual que las pequeñas, y hasta el servicio creo que se rio pero ellos fueron precavidos.
-Tengo un bolso que tiene todas sus cosas, ¿si no es mucha molestia podrías dejarlo suelto en la habitación?- Ella dirigió su mirada alternando hacia mí y hacia Bastean, obviamente esperando una orden directa.- No le hagas caso- dije mirando a Bastean- él no se lleva bien con mi gato.
-Mía podemos jugar con él- preguntó Monique con una sonrisa reluciente en su cara. ¿Cómo decirle que no?
-Claro, pero no dejen que se salga de la habitación, es muy curioso, ¡ah! Traje una pelota que le encanta está…- no había terminado la frase cuando Monique tomó la caja del gato y salieron corriendo rumbo a las escaleras- en la habitación.- termine hacia nadie en particular.
-Madeleine, asegúrate que esas dos no lancen al gato por la ventana ¿sí?- Bastean estaba rojo de la risa contenida, ¡lo iba a matar!
-Claro, señor- la muchacha hizo una reverencia y salió en la dirección que habían tomado las dos pequeñas.
-Tu gato en manos de mis hermanas será una nueva alfombra peluda- susurro en mi odio. Si las miradas mataran, él estaría realmente muerto, se los aseguro. Yo me cruce de brazos y caminé hacia Lilly.
-Cuida al pobre Sr. Moon ¿sí?- le susurre, ella comenzó a reírse pero no dijo más nada y salió también del comedor.
Bastean tomó mi mano y bueno… también nosotros salimos del lugar. Aunque estaba un poco recelosa a seguirlo, porque insulto a mi pobre gato, él prácticamente me llevaba arrastrada y… quería estar con él, solos.
Caminamos hacia la cocina, que por cierto era enorme, como todo en esa casa al parecer, llena de electrodomésticos de última generación y una variedad de la bajilla más exquisita, si mi madre hubiese visto aquella cocina se hubiese desmayado, era una fanática de la cocina, sobre todo de la repostería. Las personas que allí trabajaban hacían reverencias y nos saludaban mientras pasábamos. Un señor con bigote cómico estaba amasando una gran bola de harina y cantaba en italiano, otra señora revolvía un enorme caldero de acero con una sopa o algo así, olía delicioso.
-Señorito aquí tiene lo que ordenó- una enorme mujer rubia con tensas, supuse era polaca o su vestimenta tradicional y el acento, le entrego a Bastean una sesta.
-Gracias Greta, te traeré las azucenas que te prometí cuando regrese- él le sonrío a la mujer, esa sonrisa, supuse, derretía a todas las jovencitas del servicio, ok, allí estaba el muchacho encantador que imagine que era, enamorándolas para que hicieran las cosas que él quería. Me reí para mi adentros, él en realidad era encantador, por eso yo estaba ahí, presa de su encanto.- Vamos preciosa- Bastean me tomó la mano nuevamente y salimos por una puerta que estaba cerca de las cocinas.
La luz del sol me segó por un instante, cuando recupere la visión me di cuenta que todo era tan claro, los colores tan vivos, los sonidos, los aromas de la naturaleza, era extraordinaria la belleza de ese lugar. ¡Wuaw! Pensé, había tanta gente que ignoraban la existencia de esa tierra de hermosura sin igual. Tal vez pensaba de esa manera porque no conocía otra cosa, más que los edificios de la ciudad y la comunidad en la que había vivido siempre, quizás por eso me gustaba tanto visitar a Paul, era algo diferente, algo que me llenaba de paz. El viento, el sol en tu rostro, cosas insignificantes que muchos dejan pasar, por las prisas o simplemente porque no se detienen un minuto para ver lo que era la vida. Porque todo eso era vida.
Un relincho me sacó de mis pensamientos. Bastean me condujo hacia unos árboles que estaban más adelante. El patio era realmente extenso, había muchos matorrales llenos de flores de muchos tamaños y colores. Un muchacho delgado y pecoso sostenía las riendas de dos hermosos caballos. Uno color negro azabache y el otro era todo lo contrario, blanco como la nieve.
Al ver mi rostro de sorpresa Bastean despidió al muchacho que hizo una reverencia y camino en dirección al castillo.
-¿Qué es todo esto?- pregunté sonriendo como una boba.
-Esto amada mía es parte de tu regalo de cumpleaños.- él se acercó hacia mí y me dio un dulce beso en los labio. Luego camino hacia el caballo negro, y les juro que pensé que Bastean era alto, pues bien, ese animal era gigantesco. Mi príncipe colocó la cesta detrás de la silla del caballo, la sostuvo con unas correas y caminó de regreso hacia donde estaba.-Daremos un paseo, te mostraré el rio, es hermoso y…- susurro en mi oído- hay una cascada hermosa, y un pequeño lago. Tal vez nademos un rato- mis mejillas ardieron. El plan no sonaba NADA Mal, pero… ahí estaba de nuevo esa vocecita en mi cabeza gritándome: estás en su territorio, ¿Qué te dice que no los seguirán los criador?
-¿Estaremos solos?- pregunté, tratando de sonar de manera despreocupada, pero no funcionó, mis nervios me delataron.
-¡Claro! ¿Por qué?- me miró curioso y mostrando esa jodida sonrisa suya.
-Es solo que… estuve pensando que...
-¿Qué? ¿Qué pensabas?- él me tomo las manos y me miro ahora preocupado.
-Los guardias o… quien sea que te cuide, ¿no irán tras nosotros?- Bastean se echó a reír. Mis mejillas ardían por la vergüenza, sí, se estaba riendo de mí. Yo baje la cabeza por la pena que sentía. ¿Cuándo en mi vida había sido tan penosa? ¡Nunca! En cualquier otra situación, o mejor dicho, cualquier otra persona, le habría propinado una buena patada en… bueno, allí mismo, solo por burlarse de mí. Pero estábamos hablando de Bastean, un príncipe, mi adorado príncipe. Quizás no lo hacía a propósito, pero yo no estaba acostumbrada a estas cosas, a que mucha gente estuviera al pendiente e ti o que te cuidaran guarda espaldas o guardias, o lo que sea. Él me abrazo y me miro con dulzura, paso sus brazos por mi cintura y se alejo un poco sin soltarme, solo para mirarme el rostro, yo también lo sostuve por la cintura. Sus hermosos ojos verdes contrastaban con el verde del bosque detrás de nosotros. Era todo tan perfecto, casi como un maldito cuento de hadas, el cual sabía terminaría al final del verano.
-Nadie va a molestarnos, te lo aseguro.- me dio un besito en la nariz, yo la fruncí, siempre lo hacía, y me tendió la mano para acercarme al caballo blanco.-Ella es Zaphyra- dijo acariciándole la crin al caballo. Me acerqué nerviosa para acariciarla yo también.- ¿Nunca habías subido a uno, cierto?-Se dio cuenta de mi nerviosismo, tonta, pensé.
-¿Los del carrusel cuentan?- él negó sonriente- Entonces no.
-No es difícil, además- dijo mientras me indicaba donde debía poner el pie, y me ayudaba a acomodarme en la silla. Se sentía alta, la yegua ayudaba en eso, porque la verdad yo no era muy alta que se diga- Yo soy un gran jinete- terminó Bastean. Me eché a reír.
-Eres muy modesto Bastean- él se rió conmigo y tomando las riendas de la yegua se monto sin ningún problemas en el esplendido semental negro. La yegua se acerco demasiado al caballo que pensé iba a aplastar mi pierna, pero Bastean movió las riendas con suma destreza, tal vez si era un experto. Yo me tensé ante el paso de la yegua loca.
-No te preocupes, si quieres puedes ir conmigo sobre Drakko- La cosa era… si yo me sentía a muchos metros elevada del suelo, en ese monstruo era… una locura.
-No, no estoy bien-dije pareciendo histérica.
-Ella está enamorada de mi caballo, se pone ansiosa- luego me tomo de la mano- así como yo cuando no estás cerca- yo me ruboricé.
Pronto los caballos se pusieron en marcha por un sendero oculto entre los árboles. De nuevo tuve la impresión de que todo aquello era un cuento. ¿No es cierto? solo piensen por un momento, príncipes, caballos, catillos, solo faltaba la princesa, que obviamente no era yo y un hada madrina, y ¡puff! Un felices para siempre. Saque esa estúpida idea de mi cabeza y me concentre en el paisaje que nos rodeaba. Bastean me tendió las riendas de Zaphyra y me dio indicaciones para poner al animal al trote.
La tarde era hermosa, fresa y soleada. Los arboles pasaban junto a mí como si fuera unos cortinajes verdes. Bastean galopaba delante de mí, como el príncipe gallardo de una novela romántica, con su espalda ancha y brazos fuertes, domando a aquel corcel de impresionante tamaño, con sus cabellos dorados al viento. ¡Por Dios! Eso era la gloria. Recorrimos unos cuantos kilómetros más hasta detenernos de la nada en un camino que se desembocaba en dos direcciones.
-¿Por dónde vamos ahora?- pregunte haciendo que el caballo se detuviera cerca del de Bastean.
-Ninguno- aclaró. Respiraba agitadamente por la carrera, pero estaba sonriendo. Suponía que había extrañado ese sentimiento, de ir contra el viento sin que nadie te detuviera, libre como un ave en el infinito cielo. Abrió los ojos, lo vi sonreír y de un salto desmontó, llevando consigo las correas del caballo, se acercó hasta mí, me tomó por la cintura y me ayudó a bajar del animal yo también. Miré el suelo desde el lomo de Zaphyra, estaba un poco retirada de la tierra, por lo que solo salte en sus brazos, él me atrapó y me dio muchas vueltas, como si no pesara más que una pluma. Estábamos riendo, felices, como dos tontos enamorados, él se tropezó y juntos caímos sobre la grama. Rodó sobre mí y pude apreciar sus hermosos ojos brillar con picardía, sus mejillas sonrosadas por la carrera y su dulce que boca que me daba un tierno beso en la punta de la nariz. -¿Estás bien?- yo estaba totalmente alucinada, casi ni podía respirar de la agitación. Ok, les diré la verdad, estaba un poquito nerviosa de tenerlo encima de mí… en esa posición… la verdad el corazón me latía a mil por hora. Cualquiera se pensaría que no era el lugar ni el momento apropiados pero… estábamos juntos, solos, sobre la grama… bien, estaban los caballos pero…
-Sí, pero…-dije quitándome una ramita del cabello- Estoy hecha un desastre- él se echo a reír y me quito otra ramita. Al quedarnos mirando un buen rato, fue como si los dos reaccionáramos al mismo tiempo, de que estábamos en lo que se llama “una situación comprometedora” Él se levanto y me tendió la mano, me impulsé hasta tropezar, tonta de mí, contra el muro que era su pecho. Aunque su contextura era delgada, debo decir que era bastante ancho de pecho también… ahí estaba yo de nuevo imaginando cosas que no debía… Me apartó otra ramita del flequillo y sin anestesia me tomó por en cuello y me dio un sonoro beso en los labios.
-Estás perfecta- dijo de la manera más tierna. Yo sabía que parecía una lunática. Él se sacudió el cabello moviendo como loco la cabeza haciendo que todas las ramitas se le saliera, tal vez yo no era la única demente en ese lugar. Yo me peiné con los dedos, en vano la verdad. Bastean me agarró de la mano y me fue guiando entre los árboles, es decir por ninguno de los caminos anteriores.
Caminamos despacio, hablando de cualquier cosa. Me contó que cuando era niño salía a caballo muy temprano y no regresaba hasta bien entrada la tarde, todos se preocupaban y él se reía de ellos. También dijo que era bastante travieso, que hacia llorar a las mujeres del lavado, pobrecillas, pensé, estaban expuestas a la ternura de un dulce diablillo de cabellos rubios. Dijo que nadie del castillo, con la excepción sus hermanas, conocían el camino corto para llegar a lo que él llamó “nuestro destino”
Un rato más tarde yo estaba hablando de un día cuando Paul y yo nos quedamos dormidos dentro del closet de mamá, mientras papá nos estaba buscando, se desesperó tanto que llamaron a la policía y se formó todo un alboroto, hasta que a mi hermano le dio por ir al baño, y pues ya se imaginaran el regaño que nos dieron, pero fue más la preocupación por nosotros. Al terminarle de contar era vieja historia Bastean se detuvo y yo con él.
-¿Escuchas?- hice silencio un momento. Escuchaba el viento, las ramas de los arboles moverse, uno que otro animalillo que estaba cerca pero… nada más.
-No- dije sin más.
-Inténtalo de nuevo, pero esta vez cierra los ojos- paso su mano por mis parpados para cerrarlos. No era buena idea, pensé. Mi corazón de inmediato se desbocó al sentir ese leve rose. ¡Santo Cielo! ¿Qué me estaba pasando? Saqué todo de mi mente, dejándola en blanco y escuché de nuevo. Esta vez algo había cambiado. Sonaba como…
-¿Una cascada?
-Exacto, vamos- Bastean volvió a tomarme la mano y retomamos la caminata. A medida que nos íbamos acercando el sonido era más y más fuerte, ¡Muy listo! Pensé, ese muchacho me había hecho trampa, quería que adivinara primero y así animarme, pues bien, la treta le funcionó a la perfección. Luego se detuvo de repente.
-¿Dónde está?, la escucho pero…- miré a mi alrededor. No me había fijado que estábamos en lo que parecía un pequeño claro, totalmente cubierto por arboles tan altos como una casa, cuyos troncos debía ser de mi anchura.- No veo más que arboles.
-Cariño- dijo Bastean casi en un susurro.- Las cosas más bellas no estar siempre a la vista, debemos ver y oír, sentir, para poder apreciar esa belleza. Y hay veces que solo…- dijo mientras se adentraba por unos arbustos no muy lejos de ahí. Eran muy altos y parecían muy espesos- están escondidos. Sígueme.- él se adelantó y me quito las riendas de Zaphyra. Atravesó sin más el arbusto. Me sorprendí por un momento pero me aventuré yo también a pasar por ese lugar. Al principio las ramas se me atravesaban, pero como Bastean ya había cruzado se creó un cierto espacio.
Como supuse era grueso el follaje que ocultaba una fantástica cascada natural. Era como en las postales esas de viajes, o como en las imágenes de la computadora, era maravilloso verlo así, d cerca. El agua caía ruidosamente, las rocas eran gigantescas, y muchas estaban alrededor de la cuenca de la cascada. Luego desembocaba hacia lo que formaba un rio más o menos ancho, suponía era el rio Kennys. Bastean ató las riendas de los cabellos a un tronco y en seguida tomó mi mano y juntos caminamos hacia una grandísima roca en forma cuadrada, era plana, perfectamente plana en la parte superior y alta, muy alta. Las otras rocas formaban una especie de escalera hasta más grande.
Él en algún momento había desatado la canasta y sacado un mantel que le ayudé a extender sobre la roca. El sonido del agua al caer llenaba todo ese lugar. Nuestro paraíso personal, pensé. Todo era paz y tranquilidad, solos al fin.
-¿Quieres entrar a nadar?- preguntó Bastean, sacándome de mis cavilaciones. Ya tenía la camisa fuera de los jeans y estaba por quitársela. ¿Estaba bromeando?
-¿Vas a entrar tú?- él me sonrió y se quito la camisa, casi me da un infarto al recordar su torso desnudo, pero el muy canalla tenía una camiseta blanca debajo, por ahora no me infartaría.
-Claro que sí, deberías entrar tú también- ¡ahora se estaba quitando los jeans! ¿Es que lo hacía a propósito acaso? No me quedo más remedio que voltear la mirada hacía la cascada, o me mataría seguir mirando.
-Yo…yo no… no tengo traje de baño- dije sintiendo que mis mejillas explotarían de un momento a otro. Las manos me estaban sudando frio y mi cabeza daba vueltas. ¡Mierda! Sentía vértigo.
-Eso no tiene importancia- él me tomó por la barbilla para que lo mirara. Solo había quedado en unos pantaloncillos cortos, porque hasta la camiseta se quitó. Yo tragué saliva, ok, esto no me gustaba. Sus ojos brillaban, pero eran dos posos oscuros, esa señal la conocía bien. Deseo.
Poco a poco se fue acercándose a mí hasta posar sus labios sobre los míos, nada más un rose, una caricia, que era torturadora y fascinante. Luego profundizó un poco más el beso y se arrimó hacia mí. Poco después sentí sus manos en mi espalda. ¡Rayos estaba buscando el cierre! Ese pensamiento me llenó de pánico. ¡Por Dios! Era una completa estúpida, después de todo, había sido yo la primera en seducirlo, ¿no es así?
-No haremos nada que tú no quieras Mía- dijo él con la voz enronquecida. Yo no tenía el coraje de hablar. Simplemente no podía. Respiré hondo, eso era lo que yo quería, a él, para siempre, en todos los sentidos. Tomé su mano y lo atraje hacía mí nuevamente. Lo besé esta vez no era calmado, era feroz, y loco. El vestido salió…
Y lo último que recuerdo era la sensación de estar en los cálidos brazos de Bastean, ambos bañados por la luz de un atardecer. Bastean se había preocupado un poco por mí, ¡y yo estaba fantástica! No sabría describir mi felicidad. Jamás pensé que sería de esa manera pero… bien, lo hecho, hecho estaba y no me arrepentiría, nunca.
El tiempo que pasamos en esa roca, no lo sé, pero antes de irnos Bastean me tendió una caja de terciopelo. Al abrirla vi la más hermosa cadena, con un corazón como dije lleno de pequeños diamantes. Casi se me salen las lágrimas, pero aun así lo besé para demostrarle lo mucho que me había encantado ese regalo, y el otro… en fin. Cuando estábamos en el jardín, una vez de regreso en el castillo McDragon, Bastean me detuvo nuevamente.
-Mía…
-¿Sí?- dije notándolo un poco extraño. Él se arrodilló.
-¿Te gustaría casarte conmigo?
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